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ENTRENAMIENTO
REDUCIR LESIONES, AUMENTAR RENDIMIENTO

ENTRENAR
En la sociedad de hoy en día, en la que el estilo de vida sedentario provoca que uno de cada cuatro adultos no tenga un nivel de condición física suficiente(1), la práctica de la actividad física debe jugar un rol principal en el mundo de la salud. Sus efectos positivos sobre el sistema cardiovascular, metabólico, músculo-esquelético y psicológico han permitido que haya llegado a ser considerada como una potente medicina. Vistos los beneficios que provoca en el organismo, las instituciones comienzan una campaña promocional fomentando la práctica deportiva entre la ciudadanía lo que da lugar a un incremento de practicantes, y por tanto de lesiones, sobre todo de los años 70 en adelante. Es a partir de este momento, pero especialmente a partir de la década de los 2000-2010, que la comunidad científica comienza a mostrar más interés por la prevención de lesiones, quizá debido al incremento en el gasto sanitario provocado por el aumento de participantes. Un ejemplo lo tenemos en los Países Bajos en que, con una población activa de 7 millones de deportistas, los costes anuales relacionados con las lesiones deportivas se estiman alrededor de los 3 billones de euros(2). En el deporte profesional, en este caso en la English Premiere League de fútbol, los costes se disparan a aproximadamente 45 millones de libras(3).
A medida que ha ido incrementando la producción científica, la concepción de dicha problemática también ha ido evolucionando. La literatura científica está llena de investigaciones que demuestran los efectos que la aplicación de determinados contenidos de entrenamiento provocan en la prevención de lesiones. Así pues, de todos son conocidos los efectos preventivos que se le atribuyen al entrenamiento excéntrico de la musculatura isquiosural en la prevención de roturas musculares(4), el entrenamiento neuromuscular en la prevención de lesiones de rodilla y tobillos(5) o el entrenamiento del core en la prevención de lesiones de espalda(6). Sin embargo, cuando se ha intentado llevar al contexto real estas propuestas los resultados han sido contradictorios. Algunas de las razones esgrimidas por diferentes autores de esta falta de éxito (los estudios son de bajo grado de calidad y evidencia, las muestras utilizadas son muy heterogéneas, el grado de adherencia de los deportistas a las propuestas de intervención es muy bajo) podrían justificar que en la actualidad existan estudios que no solo no hayan registrado un descenso en la incidencia lesional sino que en algunos casos haya aumentado(7)(8).
Estos resultados contradictorios hacen que el estudio de la prevención de lesiones siga suscitando un elevado interés hoy en día. Uno de los avances que se han ido logrando con el paso de los años y que puede que expliquen en parte la dificultad encontrada a la hora de prevenir lesiones tiene que ver con la comprensión etiológica de la lesión.
Aunque desde los inicios siempre se entendió que la lesión era un suceso de origen multifactorial, el enfoque de la problemática ha ido evolucionando con el paso del tiempo, pasando de una visión lineal del proceso(9) en el que la suma de unos factores de riesgo internos y externos y un evento desencadenante hacen que aparezca la lesión, a un modelo todavía lineal pero también dinámico y recursivo(10) en el cual se afirma que la susceptibilidad del atleta varía con el paso del tiempo, y que un mismo estímulo puede generar efectos positivos (favorecer la adaptación de un tejido a dicho estímulo) o negativos (provocar una lesión). El último paso en relación a la comprensión de la etiología lesional tiene que ver con la aplicación de la teoría de la complejidad y de los sistemas dinámicos a dicho modelo(7), en el cual las lesiones emergen fruto de la interacción compleja, no lineal y con una relación causa-efecto no proporcional, entre los componentes del sistema músculo-esquelético, los diferentes constrains (individuo, entorno y tarea) y un evento incitante.
El enfoque desde la complejidad obliga a elaborar intervenciones preventivas que puedan ser ajustadas a los cambios que se vayan produciendo tanto en el individuo como en el contexto y entorno. Esta puede ser una de las razones por las cuales, a pesar de que existe evidencia científica sobre los efectos que determinadas actuaciones pueden generar sobre la reducción de la incidencia lesional, sigue resultando difícil su puesta en práctica en un contexto real, bien sea por la falta de adherencia al trabajo de los deportistas, por lo complicado de su aplicación en el día a día o por la dificultad para obtener los resultados positivos avalados por la ciencia en realidades diferentes.
La necesidad de elaborar propuestas holísticas hace que la prevención de lesiones deba alejarse de la búsqueda de soluciones finales para lesiones concretas, por ejemplo, la aplicación de determinado protocolo o ejercicio para prevenir una u otra lesión; y convertirse en un proceso sistemático integrado en el propio proceso de optimización deportiva, que no busque prevenir, es decir, evitar, sino reducir la probabilidad de lesión. Este proceso debe ser lo suficientemente abierto para poder ser adaptado a los cambios que se dan con el paso del tiempo y lo suficientemente robusto como para que pueda seguir aplicándose de manera continuada. Se debe dejar de considerar las propuestas preventivas como buenas o malas y pasar a verlas como mejores o peores en función de los constrains contextuales, el grado de inversión requerida y los resultados positivos o negativos alcanzados. No solo es importante saber qué funciona, si no para quién, cuándo, dónde y por qué. En función del tipo de deportista, del contexto y del grado de inversión asumible (espacial, temporal, organizativa, económica, etc.) deberíamos preguntarnos: ¿cuál es la mejor propuesta?(11)(12). Ahí es donde debe entrar en juego la fortaleza del sistema de trabajo que permita adaptarse a las diferentes realidades sin abandonar los pilares del sistema.
En esta misma línea, que defiende una concepción más sistémica de la prevención de lesiones, se pronuncia Coles, P.(13) en su artículo “An injury prevention pyramid for elite sports teams”, en el que destaca que el área de rendimiento de un club, conformada por un equipo multidisciplinar de profesionales en constante y buena comunicación, debe velar por la optimización del deportista jugando un papel fundamental en la prevención de lesiones a largo plazo. Todos estos diferentes aspectos como la selección y/o conocimiento del historial deportivo del deportista (edad, años de experiencia, nivel competitivo, perfil de rendimiento, historial de lesiones, etc.), el manejo de las cargas de entrenamiento, el desarrollo condicional individual de cada deportista, la mejora de la calidad de movimiento, la elaboración de programas de prevención estructurados, los correctos diagnósticos y tratamientos médicos y los buenos procesos de rehabilitación y readaptación; podrían influir en la incidencia lesional de los deportistas y, por tanto, deben ser tenidos en cuenta.
El artículo de Coles es un simple ejemplo de que la concepción que existe hoy en día de la prevención de lesiones está más próxima al concepto de entrenamiento y no tanto a la idea de protocolo, entendido este último como una propuesta cerrada de intervención en la cual se trabajan determinados contenidos y/o ejercicios bajo criterios básicos de carga. El café para todos, propio de los protocolos puede funcionar en algunos contextos concretos (recordad lo dicho anteriormente en relación a lo de las buenas o malas propuestas preventivas) pero se queda muy lejos de lo que la prevención de lesiones debe ser. Por tanto, atendiendo a todo lo expuesto anteriormente, en mi opinión, la prevención de lesiones consiste “simplemente” en entrenar, entrenar bien, implementando un proceso de entrenamiento individualizado que esté focalizado en la mejora de la expresión motriz del individuo en un contexto determinado, intentando mejorar sus limitaciones (cinemáticas, cinéticas, fisiológicas, psicológicas, etc.) y reforzando sus fortalezas. Esta propuesta de entrenamiento individualizado no es nueva ya que la individualización es uno de los principios básicos que deben regir cualquier tipo de entrenamiento, tenga el objetivo que tenga. De ahí que cada día esté más convencido de que el entrenamiento preventivo es parte intrínseca del entrenamiento diario del deportista. Debe ser parte del sistema de entrenamiento de optimización sin que necesariamente sea catalogado de preventivo, ya que lo que ayuda a prevenir puede también ayudar a rendir. Por ejemplo, si incluimos en los entrenamientos propuestas para la mejora de la dosiflexión de tobillo porque es uno de los limitantes artrocinemáticos detectados en el deportista, su mejora puede influir positivamente en la reducción del riesgo lesional(14) pero también favorecerá la mecánica acelerativa. En esta misma línea se pronuncian algunas investigaciones en las que algo tan asociado a los entrenamientos de rendimiento como la mejora en la mecánica del sprint se ha visto que también podrían actuar como agente preventivo, es decir, entrenar el sprint y su mecánica podría ayudar a reducir el riesgo de sufrir lesiones de isquiosurales durante el sprint(15). Por tanto, tan preventivo puede llegar a ser la mejora de un contenido analítico como la dorsiflexión del tobillo como la de un movimiento más complejo como es la mecánica del sprint. Estas mejoras deben ser entendidas como diferentes partes de un todo: el proceso de optimización del deportista.

Desde mi punto de vista, en el fútbol este concepto de individualización del entrenamiento del futbolista ha sido un poco olvidado por los preparadores físicos en las últimas décadas. La mejora en la comprensión de la preparación física desde el juego ha hecho que se haya dado muchísima importancia a la mejora del futbolista desde el contexto y para el contexto, es decir, desde tareas basadas en el juego para mejorar el juego, lo cual considero absolutamente acertado y necesario para mejorar el rendimiento del futbolista en competición. Sin embargo, se ha dejado algo de lado el entrenamiento del futbolista como individuo-deportista.
Es obvio que debe existir un espacio amplio reservado para el entrenamiento específico de campo (tareas técnico-tácticas, SSG, unidades de competición, etc.) pero también es necesario reservar tiempo para trabajar sobre aquellos aspectos que este no cubre y que son vitales para reducir el riesgo lesional y mejorar el rendimiento condicional del jugador.
Así como la especialización deportiva permite que el deportista se adapte con mayor eficiencia a las necesidades de su contexto competitivo en su vertiente física, técnica, táctica y psicológica; la especialización también puede provocar adaptaciones tisulares que a pesar de que permiten que el movimiento prevalezca pudiera ser a costa de aumentar el riesgo de la salud de los tejidos. Este tipo de efectos secundarios son los que deberían ser afrontados mediante el entrenamiento inespecífico, intentando construir un deportista “fuerte y estable” que esté preparado para cubrir las demandas motrices del deporte bajo el menor riesgo de lesión posible.

En definitiva, tanto el entrenamiento dirigido a reducir la incidencia lesional como al rendimiento físico son dos caras de la misma moneda. Su base debería estar en la individualización del proceso de entrenamiento incidiendo en aquellos aspectos que puedan limitar el potencial de rendimiento físico y/o aumentar el riesgo de lesión del deportista, teniendo siempre presente que un cuerpo es tan fuerte como lo es su eslabón más débil.
Autor:
Pedro Docampo
BIBLIOGRAFIA
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